jueves, 9 de agosto de 2012


     EL ABRAZO

Entre nubes de oro y plata
subiste hasta las estrellas,
te fuiste sola, en silencio,
para estar siempre con ellas.
En el espació infinito
donde los sueños se pierden,
duermes en la soledad
ese sueño tan solemne.
Me has dejado sola y triste,
mi abrazo te lo llevaste,
y  yo me he quedado el tuyo
un abrazo muy importante.
Ya no te volvería a ver,
esa fue la despedida,
abrazadas una a otra
como dos buenas amigas.
Tú te has ido para siempre,
tu cuerpo se ha evaporado,
pero todo lo que fuiste
en la tierra se ha quedado.
Mis recuerdos son reflejo
de tu vida en otros tiempos,
de tantas, y tantas cosas,
cargadas de sentimientos.
Cuando yo te conocí
irradiabas alegría,
eras noble y eras buena
todo el mundo te quería.
Tu dulzura y tu cariño
en la tierra se han quedado,
para todo el que te ama
de herencia se lo has dejado.
Tú vivirás para siempre
en todos los que te quieren,
tú seguirás siempre aquí
porque el amor nunca muere.
Hoy duermes el sueño eterno
mas allá del firmamento,
ya descansas para siempre
sin pena ni sufrimiento.

                     Paquita  Sánchez  Gómez


lunes, 6 de agosto de 2012


      LA ENCINA

Mirando la vieja encina
me quedaba fascinada,
en el tronco tenía un hueco
que era la casa del hada.
Aquel hada dulce y tierna
que de lejos me llamaba,
y cuando iba junto a ella
se desvanecía en la nada.
Yo me quedaba muy triste,
dentro del hueco miraba,
pero ya estaba vació
solo madera quedaba.
En aquel monte había un genio
que de noche la rondaba,
en las sombras de la noche
a la encina se acercaba,
y entre las hojas dormía
hasta despuntar el alba.
El resplandor de la aurora
por las hojas se filtraba,
dejando al rumor del viento
que en silenció lo llamara.
El viento movía las ramas
y en brazos se lo llevaba,
al lugar donde los genios
tienen allí su morada.
Del letargo de la noche
el monte se despojaba,
y con él los animales
que en aquel monte habitaban.
La encina seguía erguida
con su tronco, con sus ramas,
con sus hojas, sus raíces,
que la tierra alimentaba.
En otoño aquella encina
aunque vieja y arrugada,
se cargaba de bellotas
para que el monte vibrara.
Los animales corrían
hacía la encina dorada,
para comer de su fruto
manjar de la temporada.
Hoy sigue mirando al cielo
tan arrogante y ufana,
que aunque tiene muchos años
es querida y admirada.

Paquita  Sánchez  Gómez