lunes, 2 de febrero de 2009

FASCINACIÓN


Era un día de otoño, mediados de Octubre. El sol lucía radiante en un cielo sin nubes y el aire fresco de la mañana acariciaba nuestra piel. Mi marido, unos amigos y yo, habíamos decidido ir a visitar el Monasterio de San José de las Batuecas.
El automóvil fué dejando atrás pueblos de Trasierra como Pozuelo de Zarzón y otros. Así llegamos a la Sierra de Gata, mitad extremeñay mitad castellana. Pasando las Mestas bajamos del automóvil a contemplar todas esas maravillas que el Creador a puesto allí con su mano generosa. Viendo todo aquello no pude por menos de ponerme a redactar unos versos que gritaban dentro de mí.
Me desborda una inmensa alegría
al ver el cuadro que tengo frente a mí,
ese paisaje divino y misterioso
que nadie a podido definir.
Ni Velásquez, ni el Greco, ni Murillo,
han pintado un cuadro tan hermoso,
como el paisaje que encierran esas sierras
ypude contemplar yo ante mis ojos.
Embelesada con tanto magnetismo volví en si de aquel ensueño y pude ver como se van mezclando los colores de los pinos, jaras y castaños, con el roble, la encina, el alcornoque y el hermoso madroño. El sol juguetón se balanceaba a través de las ramas de los árboles mecidos por el viento, ayudando a resaltar la belleza de aquel insólito paisaje.
La temperatura era agradable, los mosquitos pululaban por entre el espeso bosque, con su presencia parecía más que otoño finales de verano. El aleteo de innumerables pajarillos alzando el vuelo en nuestra presencia me sacó de mi ensimismamiento devolviéndome a la realidad. Levanté mis ojos y vi los picos de la sierra y junto a mi los barrancos, que separan Castilla de las Mestas; lo miré fijamente y allí me quedé quieta, asombrada y perdida entre todo aquello.
Escuché el murmullo de las aguas de un río que parece que hablan al bajar por la ladera, diciendo mil cosas de épocas vividas de nobles y lacayos, de intrépidos guerreros, de Santos y poetas, guardando en silencio los secretos de este paisaje místico que encierran las Batuecas. Y sigo contemplando la montaña compuesta por rocas de esquistos, que parecen las hojas de un libro de pizarra que da la madre tierra. Voy pasando las hojas de ese libro para llegar al valle donde llegó Teresa a fundar el viejo Monasterio que da cobijo aquellas almas que buscan el silencio para estar cerca de Dios y llegar a la perfección espiritual.
Volví a quedarme absorta mirando todo aquello y me perdí en las preguntas sin respuesta, por eso los cipreses en silencio me hablaron de Juan de la Cruz y de Teresa; de los sacrificios que hicieron recorriendo los caminos hasta llegar allí con la Cruz de Cristo. Veo ermitas en distintas atalayas que el tiempo ha ido poco a poco destruyendo, pero que siguen allí sus ruinas como símbolo de todo lo que encierran y dentro del convento está la Iglesia que parece que simboliza el Tabernáculo, pues así quiso hacerlo la mística Teresa de Cepeda.
Nos quedamos a la puerta del convento sin poder entrar, pues para los turistas no se abre por ser un lugar de oración para retiros espirituales. Allí viven los frailes carmelitas en clausura en esas soledades, protegidos por escarpadas montañas y un bello bosque mediterráneo, donde abunda la flora y la fauna.
Sigo atrapada en el silencio, pues junto al Monasterio lamiendo las tapias pasan dos arroyos de agua cristalina que vivifican la flora que allí se encuentra, dándole al Monasterio el misticismo con el murmullo del agua pura y fresca. Es todo como un sueño, vuelvo a mirar a los cipreses que se alzan altivos hacia el cielo con su sombra alargada, dando a las ermitas del camino su sombra y su belleza.
A los pies del Monasterio esta el huerto cargado de hortalizas exquisitas, que los frailes cultivan para obtener el alimento necesario para el cuerpo; pues para el alma lo obtienen con votos de castidad y de pobreza. Junto al huerto hay un prado lleno de árboles frutales que el mismo arroyo riega, al contemplarlos pienso en el Edén y me veo como Eva, con ganas de coger aquella fruta que no es mía y se que está vedada a los intrusos que se aproximan para verla; la admiro y no la toco, la tentación se va y queda mi conciencia. Todo aquello es un vergel que por mis ojos pasea bajo un sol esplendido en un día maravilloso.
A la puerta del convento hay una fuente que mana de la sierra agua abundante y fresca, para saciar la sed de todo aquel que se interna en el Monasterio. Sobre la fuente hay unos versos de Juan de la Cruz y de Teresa, que nos hacen pensar en la Santa de Ávila, en todas las cosas que fué capaz de hacer por amor a Dios. Contemplando las ermitas vi inscripciones de los dos Santos que por allí pasaron dejando su huella impresa, para que el mundo entero contemple como alcanzan la gloria las almas que viven el amor, con alegría y nunca les invade la tristeza.
Perdida en mis propios pensamientos y reflexionando me hice a mi misma una promesa: La de volver y quedarme allí unos días, a disfrutar del silencio y la soledad, para estar a solas conmigo misma y mi conciencia; pues me encuentro algo desorientada que parezco mas bien una veleta.
Acompañada por todos pero ausente, mi rostro reflejaba felicidad y una alegría inmensa. Mi marido, los amigos y yo disfrutamos todos juntos de un día muy especial.Ya de vuelta a casa respiré con avidez el aire de la sierra y cogí un poco de silencio robado con astucia de poeta.

Paquita Sánchez Gómez

1 comentario:

Mi Rinconcito dijo...

Tal vez cada no sea por cada párrafo,por cada verso o por cada palabra tuya por lo que te admiro, sino por todo lo que cada una de tus letras transmite. Como haces tuyos los sentimintos y eres capaz de plasmarlo en un papel.He llorado, reído y soñado con tus escritos, unos me habrán gustado más otros quizá no los interiorizé, pero quién puede juzgar aquello que se escribe desde el corazón?... el esfuerzo, la dedicación, las ganas... Gracias Paquita por crear y compartir con todos tanta belleza.